domingo, 22 de julio de 2007

al final se me ha ido otra vez la pinza, ¿verdad señor Miguel Ángel?

Todo pasó en Florencia, visitando la tumba de los Medicci...


La entrada a la capilla era por la cripta, y estaba llena de gente que hacía cola ante el escáner de metales, como si de una obra más se tratase. Lo que en algún momento debió ser un centro de culto se había trasformado en una especie de museo o tienda por el que los turistas paseamos sin mostrar ningún tipo de respeto. Y es que es muy difícil respetar nada cuando la propia Iglesia convierte sus lugares sagrados en mercados persas (en algún sitio alguien estará cabreado). Y esto era sólo la antesala de la capilla propiamente dicha. Tras unas escaleras se accedía a la capilla diseñada por Bruneleschi, que al igual que en la Catedral, había optado por decorar todo con ricos mármoles que bajo los andamios de la restauración aparecían de una tonalidad verde pardusca. Y la gente seguía su viene y va, sin prestar atención a nada más que a esos andamios, quejándose de la mala suerte al no poder ver completamente el interior. Todos los turistas preferimos que lo que vamos a ver esté como nuevo, brillante y que salga bien en las fotos, sobre todo esto último (lástima que los listos de los curas hayan decidido que no se puedan hacer fotos así que hay que comprarles las postales). Entre la marejadilla de turistas siempre hay críos que corren y gritan sin que sus padres se den cuenta de que realmente nos encontramos en un mausoleo... Nuestra cultura, la del turista, es siempre muy limitada.

Por suerte yo no había ido sólo a ver al Bruneleschi, sino también las obras inacabadas de Miguel Ángel. La capilla donde se encuentran parece más pequeña que la anterior, pero las esculturas conforman un todo espacial mucho más rico. Como en el fondo soy un zombi artista quería quedarme un buen rato observando las esculturas, contemplarlas desde todos los ángulos posibles, tratando de no escuchar las palabras de los demás turistas. Y es que a los turistas nos gusta decir cosas que dejen claro nuestra opinión, como que “tampoco es para tanto” o que “yo diría que le falta un brazo”. Con suerte llegas a escuchar lo mucho que recuerdan a las obras de Rodin. Como decía, estaba yo deleitándome con aquellas formas místicas que parecían nacer de la piedra misma cuando ocurrió lo inesperado...

Una de las figuras, creo que fue el día, comenzó a estirarse, a moverse. No pude fijarme mucho porque a pesar de su lento movimiento, comenzaron a saltar esquirlas de mármol hacia todos los lados. El pánico cundió en la sala, y la mayoría de turistas salió corriendo entre gritos y cascotes de piedra. Yo me quedé allí estupefacto, un gólem de Buonarroti no se ve todos los días. Y aún fue mayor mi asombro cuando mientras esta estatua bajaba a tientas de su altar, la aurora también parecía moverse. Después les siguieron el crepúsculo y la noche. Apoyándose en sus poderosos brazos se descolgaban de sus pedestales. Con sus dedos hacían añicos el frágil e inerte mármol de la tumba. Los nervios de sus pies se tensaban al alcanzar el suelo y las losas crujían por el peso.

Qué fascinante espectáculo, ver desfilar las obras ante mis propios ojos. Por suerte los turistas se habían ido y sólo quedaba yo para verlos, así que no me importunaron más sus gritos de angustia. Sólo quedaba el restallar del mármol bajo los lentos movimientos de los titanes que se buscaban despacio, sin torpeza, en un poderoso ballet diseñado hace siglos.

Paso a paso llegaron a encontrarse. El día tendió su mano. La noche lo sujetó con firmeza. Las pulidas formas de aquella forma vagamente femenina contrastaban con la rotundidad del brazo de su complementario. Podía ver las venas de las extremidades contraerse como si un flujo ancestral de lava corriese por su interior. El día giró lentamente su cabeza, mirándola con su cara vacía de formas.

Pero no hubo tiempo para más, las fuerzas de defensa italianas bombardearon la capilla.

Apenas conseguí ponerme a cubierto cuando la cúpula comenzó a derrumbarse. Llovieron piedras y el polvo inundó la capilla como una marea etérea. No sé cómo logré escapar de aquella trampa, pero sí recuerdo girarme en el momento exacto en el que un sillar de colosales dimensiones aplastaba al día. Estalló en mil pedazos que desfiguraron el fino acabado de la noche.


Cuando me recuperé del impacto eché una ojeada a mi alrededor, fuera se había montado un gran barullo. La policía y el ejército italianos acordonaban la zona y buscaban supervivientes entre los cascotes. Y además yo había perdido un brazo (necesitaría hacerme con otro).

Mientras los servicios de emergencia atendían a los heridos un militar de cierta graduación se dedicaba a preguntar por el suceso a los que lo habían visto de cerca. Se me acercó y me preguntó qué había ocurrido exactamente. Yo se lo conté todo tal y como lo había vivido. Cuando terminó el breve interrogatorio le pedí que me explicase por qué habían acabado con aquellas obra maestras.


-Más vale terminar rápido con esos monstruos, quién sabe si lo suyo es contagioso. Imagínate que hubiesen llegado a la Academia, ¿qué ocurriría si todas esas estatuas se convirtiesen en gigantes vivos?


Y tenía razón, es mejor dejar que las obras de arte sigan muertas, a los turistas nos costaría aún más entenderlas si estuvieran vivas.


Por cierto, al final encontré un brazo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Oiga, señor zombie, no hay manera de pillar tripis por ahí, pero veo que usted ha conseguido algunos, mire a ver que le compro los que quiera venderme.

zombi dijo...

ya ves, cada cual tiene su cosa...

usté pilla allí por donde pisa (que acabo de leer la entrada de su blog) y otros menos afortunados tenemos que coformarnos con ser unos paranoicos esquizofrénicos adictos a las pirulas psiquiátricas con receta...

Anónimo dijo...

Ande,ande, no se autocompadezca, qu parece usted un zombi tímido. Dígame una cosa: su psiquiátra es hombre o mujer?

zombi dijo...

no, si en el fondo realmente soy un zombi tímido...

y en cuanto a lo otro, pues he tenido varios loqueros, primero fue una mujer, pero por algún motivo que quedará sepultado bajo el secreto médico paciente, me pasaron a un terapeuta varón...

cuando decida que este blog pase a ser autobiográfico ya pondre bonitas anécdotas...